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Dulce Navidad

Estaba viendo una película de esas de tarde de domingo que ponen ahora con temática navideña y me he acordado de mis navidades de antaño. Aunque parezca que estoy hablando de la prehistoria, en realidad no ha pasado tanto tiempo… O quizá sí. A veces me pregunto qué ha ocurrido durante todo este tiempo. ¿Será cierto eso de que vamos perdiendo los buenos hábitos cuando crecemos? ¿Nos esforzamos tanto por avanzar que nos despojamos de las cosas que nos hacían sonreír e ilusionarnos?

Mi navidad empezaba cuando sonaba en la radio la primera gaita[1], y eso ocurría a principios de… ¡noviembre! Desde ese momento ya se empezaba a planear absolutamente todo. Lo primero era organizar una excursión al bosque para buscar musgo, “guinchos”[2] y demás plantas para el pesebre. Pero no se trataba de hacer un belén pequeñito en un rincón cualquiera… ¡No! Había que hacerlo en la entrada de la casa, que fuese visible desde la calle cuando el portón estuviese abierto. Agudizábamos el ingenio para poner rocas que pareciesen montañas, riachuelos hechos con los que pudiésemos, puentes, muchas ovejas y pastores, etc. El “niño Jesús” tenía que estar tapado con un algodón hasta el 25 de diciembre y el 31 había que levantarlo un poco. Los reyes magos, como venían de oriente, tenían que empezar la navidad lejos del belén y cada semana se acercaban un poquito, siguiendo la dirección de una gran estrella en lo alto del pesebre.

Pero ahí no acababa la aventura. Había que llenar la casa de luces por todas partes. Daba igual la clase social, todo el mundo decoraba su casa con luces. Evidentemente unos mejor que otros, pero el espíritu estaba ahí y se notaba en el ambiente, que tenía como banda sonora los aguinaldos[3] y las parrandas[4].

Después llegaba la hora de comprar los “estrenos”, un término venezolano para denominar a la ropa que se llevaba puesta los días 24 y 31 de diciembre. Los modelitos tenían que ser nuevos, exclusivos para esos días. Y eso me hacía ilusión. Ahora se llama afán consumista, pero a mí siempre me ha parecido una bonita tradición en la que comprábamos ropa nueva para celebrar una ocasión especial rodeada de las personas a las que queríamos.

También era la hora de hacer la lista de peticiones para el “niño Jesús”, meterla en un zapato viejo debajo de la cama y esperar al día 24. Y no podían faltar las felicitaciones de navidad por correo. Se enviaban cartas a todos los que se encontraban en otros lugares y no podían venir a casa, y a los amigos que apreciábamos.

Luego había que elaborar las hallacas[5]. Eso llevaba tiempo y… mucho amor. El amor que ponía mi abuela en cada cosa que hacía. Mi abuelo se encargaba de ir a buscar las hojas de plátano[6] mientras en la cocina se preparaban los ingredientes. Había que hacer unas 50 hallacas (como mínimo) para toda la navidad y para toda la familia. Y se congelaban para ir sacando cuando hiciese falta. El plato navideño típico[7] estaba formado por una hallaca, pan de jamón, pernil (pata de cerdo horneada) y ensalada de gallina, y se comía tanto el 24 como el 31.

Los jóvenes se dedicaban a fabricar un “año viejo”[8] que se elaboraba con ropa vieja y se rellenaba con paja y fuegos artificiales para ser quemado la medianoche del 31[9].

El 24 se cenaba en familia y se abrían los regalos que traía el “niño Jesús”; durante varias horas se contaban chistes, se bailaba, se “recenaba” y se pasaba un rato agradable hasta que surgía el sueño. El día 31, además, se salía a la calle a tirar petardos y a felicitar el nuevo año a los vecinos. En enero se esperaba hasta la llegada de los reyes, aunque no solían traer regalos, y se daba por concluida la festividad.

Reflexiono sobre las imágenes que tengo en mi cabeza y no puedo evitar emocionarme. He estado bastantes años alejada de esas tradiciones, pero el recuerdo sigue intacto. Sobre todo, echo de menos las risas, la música, los bailes y las reuniones.

A veces añoro escribir una lista de peticiones para el “niño Jesús” y dejarla en un zapato bajo la cama; sin embargo, debo admitir que me hace más ilusión que me sorprendan, que no me regalen algo que esté en una lista. Aunque es una dura tarea porque para eso hay que conocerme bien y no es cosa fácil. Yo intento hacerlo con los que tengo cerca. Poco a poco me fijo en sus gustos y al final del año intento buscar un regalo que se acerque a sus gustos.

Confieso que adoro las sorpresas, incluso las de la vida cotidiana, como por ejemplo cuando estoy esperando a alguien y me dice que tardará una hora, pero en diez minutos aparece de la nada (esto solo es válido si no estoy en casa adecentando el campo de batalla). Son las tonterías que me emocionan. También reconozco que apoyo las “locuras” que te llevan desde una tranquila cafetería hasta una pista de hielo sin planificación alguna y con altas probabilidades de lesionarte.

¡Ay, la navidad, esa época que tanto me gusta y que tantos adeptos va perdiendo! Ojalá fuese contagioso el espíritu navideño y todas las personas pudiesen recordar cómo se sentían en estas fechas cuando eran niños cargados de ilusión.

¡Felices fiestas!
______________________________
[1]Gaita
[2]Guincho
[3]Aguinaldo
[4]Parranda
[5]Hallaca
[6]Hojas de plátano
[7]Plato navideño venezolano
[8]Año viejo
[9]Año viejo quemado

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