Ir al contenido principal

En el lugar adecuado

Pedí un café y me giré para buscar una mesa. Me fijé en él. Tenía los ojos tristes y la mirada perdida. La gente reía, hablaba, comía… Y él seguía ahí, quieto. La tranquilidad que se veía por fuera escondía un agitado interior que él intentaba calmar.

Sus ojos se fijaron en mí y ambos nos sorprendimos. Pasaron los segundos. Ninguno de los dos era capaz de controlar los movimientos del cuerpo. Él se levantó desconcertado y yo me fui acercando poco a poco hasta la mesa, mientras nos observábamos con especial atención.

Aparté la silla y me senté sin apartar mis pupilas de las suyas. No nos dijimos nada ni siquiera nos saludamos. Nuestros rostros reflejaban todas las preguntas que teníamos como si de un proyector se tratase. Incluso me parecía ver luz en su cara.

Había pasado mucho tiempo, pero creo que nunca pudimos olvidarnos. Y por su expresión intuí que nuestros corazones habían mantenido vivo aquel intercambio de sonrisas. Un instante que nos cambió la vida sin saberlo.

Recuerdo cada minuto como si hubiese acabado de ocurrir. Él celebraba un ascenso en el trabajo junto a su mujer y sus amigos. Yo había acudido a la invitación de mi novio, que acabó con una petición de matrimonio. Cuando salí a la calle, él ya estaba allí, pensativo. Nos miramos sin comprender por qué dos desconocidos se encontraban en el exterior de un restaurante sin ninguna excusa aparente. No fumábamos. Intercambiamos unas palabras sobre la meteorología y después me preguntó:

―¿Alguna vez has tomado conciencia de que necesitamos respirar para vivir?

La pregunta me sorprendió, pero le respondí:

―Sí, muchas veces. Pienso que es sano saber que, aunque hay un mecanismo encargado de que todo funcione automáticamente, aún tenemos la capacidad de decidir qué queremos respirar.

―¿También necesitas coger aire para afrontar lo que hay ahí dentro?

―Sí, definitivamente. ¿Tú también escapas?

―Celebro un ascenso, tengo una mujer que me ama, tengo unos amigos que me aprecian… Pero no duermo bien por las noches. No estoy donde quiero estar.

―¡Ya somos dos! ―repliqué―.

El silencio nos robó unos cuantos minutos y después nos despedimos:

―¡Que tengas suerte! Ojalá encuentres el lugar donde quieres estar ―dijo sonriendo―.

―Gracias. Lo mismo te deseo; y cuando lo consigas, celébralo como no lo has podido celebrar hoy ―dije en tono divertido―.

Entré en el restaurante y rechacé la propuesta de matrimonio.

Ahora estábamos frente a frente y teníamos preguntas:

―¿Has encontrado tu sitio? ―pregunté―.

―No. No he encontrado la paz en ningún lugar. He recorrido medio mundo y he visitado regiones verdaderamente llenas de encanto, pero ninguno de aquellos espacios ni ninguna de aquellas personas me colmaron de serenidad. ¿Y a ti cómo te ha ido?

―Más o menos como a ti ―dije resignada―. He vivido en varios mundos, y he escrito la historia de cada uno, pero tantas veces he tenido que romper las hojas que tengo un montón de anillas y espirales vacíos, y un cuaderno a la mitad. Por lo menos he reciclado las hojas, supongo que ahora pueden formar parte de algún libro que se habrá apoderado de la ilusión de algún ser.

―¿Has perdido la ilusión? ―me preguntó decepcionado―.

―No he perdido la ilusión, todavía confío en ilusionarme, pero no voy a comprar un solo cuaderno más ni voy a romper una hoja más ―contesté decidida―. Elegiré muy bien el último mundo, el definitivo. Y lo elegiré cuando llegue el momento, cuando sea. Tampoco volveré a escribir hasta que mi mano coja la pluma y dibuje los trazos como si acompañase a una melodía.

―¿Sabes cómo hemos llegado hasta aquí?

―Todavía me lo estoy preguntando. ¿Crees que es una casualidad? ¿Crees que somos buscadores destinados a encontrarse? No... No me contestes. No quiero cuestionar la razón ni las circunstancias; solo quiero disfrutar de tu compañía, sin saber si habrá más tiempo para nosotros.

―¿Pero te gustaría tener más tiempo?

―Sí. ¿A quién no le gustaría deleitarse en la felicidad que impulsa una sonrisa?

Se quedó callado durante un par de minutos. Sonriendo. Luego continuó:

―Me has hablado con tu cálida voz y la tempestad ha pasado. Miles de fotografías han pasado por mi mente. Fotografías que he realizado en todos esos rincones donde quise erigir los cimientos de mi existencia. ¿Sabes qué imagen ha aparecido al final?

―¿El paraje al que quieres volver porque te ha dado paz de forma inconsciente? ―pregunté emocionada―. He visto en tus ojos un brillo especial, el mismo destello que se puede apreciar en los descubrimientos.

Entonces, introdujo su mano en una bolsa que reposaba en la silla contigua y sacó una libreta, de esas que se cierran con una cuerda de cuero y que exhiben hermosos colores.

―Has dicho que te gustaría tener más tiempo, así que te regalo esta libreta. Esta vez no eres tú quien tiene que comprar un cuaderno; yo te regalo mi tiempo, lo único que tengo. Pero no quiero que rompas ni una sola hoja. Quiero que escribas sobre nosotros; nuestra historia.

―Pero…

―Shhh… No te preocupes. Sé que has dicho que no volverías a escribir hasta que no fuese el momento apropiado. Yo te propongo que pasemos 16 horas juntos; que nos conozcamos un poco en ese limitado tiempo, y si, cuando se agote nuestro tiempo, no eres capaz de anotar nada, nos volveremos a despedir y a desear suerte. ¿Qué te parece?

―¿Por qué quieres obsequiarme con tu bien más preciado?

―Porque me he dado cuenta de que el ruido no procedía de fuera sino de mi interior. Porque tu presencia me proporciona la serenidad que no he podido hallar en ningún sitio.

―Acepto tu proposición. Tal vez 16 horas contigo sean suficientes para escribir mi propia biblioteca.

Comentarios