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Un pequeño regalo

Paseaba por el parque entre las sombras que proyectaban los árboles sobre el suelo y los rayos de sol que se abrían paso entre las hojas. Los sonidos de la naturaleza ganaban la batalla a los estridentes ruidos de la ciudad. En aquel instante solo podía oír mis pisadas en el suelo, aún húmedo después de la lluvia.

Al final del sendero se dibujaba la figura de una mujer sentada en un banco. A cada paso que daba un desgarrador sonido me invadía. Mientras me acercaba, pude comprender que la tormenta no había pasado para ese triste corazón ahogado en penas. Aquella desconocida sola y abatida me tocó el alma.

Cuando estuve a su altura, no supe qué decir ni qué hacer, pero algo me impedía pasar de largo y olvidar su llanto. Me detuve y la miré en silencio, y ella me devolvió la mirada; una funesta mirada que me arrastró hacia un abismo, se introdujo en mí e invadió cada rincón.

Me senté a su lado, me acerqué lentamente y la abracé. No dijo nada, pero poco a poco se fue calmando. Cogió mi mano y la apretó muy fuerte en señal de agradecimiento. Se secó las lágrimas y esbozó una sonrisa tímida. Yo sonreí también, me levanté y continué mi camino pensando en esos momentos en los que un abrazo sincero puede ayudarnos a despedir la tristeza... Tan solo un abrazo.

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